Condiciones previas al golpe

En 1973, la situación económica de Chile amenazaba con desbordar cualquier control. “Probablemente en lo único que había unanimidad nacional era en la necesidad de detenerla”, sostiene Carlos Mistral. En el primer semestre de 1972, dice Mistral (1974: 160), la inflación se aproximó a una tasa anual del 250%; la producción, cuando no caía, permanecía estancada; el desabastecimiento, la especulación y el mercado negro avanzaron aún más. A la vez, el comportamiento de las clases sociales se tornaba cada vez más agresivo. Por su parte, la CIA, la extrema derecha y las empresas transnacionales agudizaban el caos económico que se cernía sobre el país (Varas y Vergara, 1973: 184).

De acuerdo con Massimo, una de las formas de ese agravamiento fue el bloqueo económico; otra, el ocultamiento de productos. La medida más radical que asumió la UP fue la nacionalización de las minas de cobre, salitre, hierro y carbón (que constituían la principal fuente de ingresos del país), junto con la de la industria eléctrica y la telefonía, casi todas en manos de capitalistas estadunidenses. Tiempo después, Allende declaró una moratoria a la deuda externa e impulsó una “tímida” reforma agraria. (Las medidas implementadas por la administración de Allende repercutieron tanto en las clases bajas como en las medias y altas; la cinta La casa de los espíritus, dirigida por Bille August, expone brevemente –aunque con profundidad simbólica- esta situación de incesante malestar social.)

Las expropiaciones que resultaron de las nacionalizaciones y la reforma agraria atemorizaron a la burguesía chilena y “encolerizaron” a los capitalistas imperialistas, quienes pusieron en marcha un plan desestabilizador que contó con el respaldo del Pentágono, la CIA y algunas transnacionales, como la International Telegraph and Telephone Company (ITT). La burguesía local contribuyó a crear el clima de desestabilización mediante el acaparamiento de productos, de modo que la especulación comenzó a golpear violentamente; no había víveres en las tiendas, y sólo se podían conseguir a precios exagerados  (Massimo, 2005: 151). El largometraje Machuca (2004), de Andrés Wood, expone este clima de desasosiego y consecuente irritación en la sociedad chilena. *

Es verdad que la Unidad Popular nos ha llevado al desastre económico; yo he vivido las colas de cuatro y cinco horas a fin de poder conseguir un mínimo de alimento para poder subsistir.

Testimonio de una mujer residente en Santiago (Varas y Vergara, 1973: 144).

  

La historia de la película transcurre en 1973, en los días cercanos a golpe de Estado. Como parte del proyecto “socialista” de Allende, el director de la (burguesa) Escuela de San Patricio, Padre McEnroe, resuelve incluir en las aulas de la institución a niños de clase baja. Allí se conocen Gonzalo Infante, chico acaudalado, y Pedro Machuca, de los barrios pobres; ambos forman una sincera amistad mientras Chile hierve en manifestaciones sociales –tanto de “adictos” al gobierno como de miembros de la oposición, extremos donde se encuentran las familias de uno y otro niño- en la víspera del 11 de septiembre.*

  

En esta película se muestran diferentes escenas donde los ciudadanos  se manifiestan a favor o encontrar del gobierno de Salvador Allende. Como cuando los protagonistas van a vender banderitas, por un lado les venden a los nacionalistas y conservadores, posteriormente se dirigen a otra manifestación donde les venden a los comunistas de izquierda.

Una de esas manifestaciones, bastante interesante, fue la que llevaron a cabo las mujeres –sobre todo madres de familia- de extracción burguesa, en oposición al gobierno de Allende. Florencia Varas y José Manuel Vergara, en su reportaje-libro Operación Chile, recogen el testimonio de un hombre que, el mismo día del golpe, hace un reclamo a su esposa, quien celebra el suceso argumentando que Allende violaba constantemente la Constitución, reprimiendo: ”¿¡Cuándo –la cuestiona el marido- perdiste el derecho de desfilar por las calles como lo hiciste en esa vergonzosa manifestación de las cacerolas en que todas las mujeres ricas y gordas de Santiago se quejaban porque no podían seguir enriqueciéndose y engordando!?” (Varas y Vergara, 1973: 47). Machuca también expone esta “manifestación de las cacerolas”, en donde representa a las mujeres ricas como intolerantes e hipócritas.[1] *

Otros sectores que llevaron a cabo manifestaciones, pero esta vez en pro de la administración de Allende, fueron el de estudiantes universitarios y el de obreros. En ese caso, la película Llueve sobre Santiago (1976), de Helvio Soto, logra una representación bastante eficaz (pues el director se muestra afín a la causa allendista).

Mientras que Machuca expone plausiblemente el serio nivel de polarización que existía en aquellos tiempos en la sociedad chilena (las familias mismas estaban “divididas”: los hijos se oponían ideológicamente a los padres, los esposos a las esposas), Llueve sobre Santiago aborda –aunque de manera despreocupada, e incluso casi con orgullo- una de las formas de la paradoja que imperaba por aquellos tiempos en la vida cotidiana de Chile: la precarización de la economía nacional desde la propia clase trabajadora. Como se lee un testimonio en Operación Chile: “Es verdad que el país ya no trabajaba, pues el mismo Julián confiesa que pasaba la mayor parte del tiempo en las reuniones políticas de su oficina. […] Es verdad que nuestros campos no producían, que nuestras industrias se paraban, que las oficinas no trabajaban, que las universidades guerreaban […]” (Varas y Vergara, 1973: 144). *

“[…] Es verdad que intentaron monopolizar la educación de los niños para inculcarles desde pequeños la ideología marxista […]” (Varas y Vergara, 1973: 144). Semejantes denuncias al sistema educativo, fuertemente relacionadas con la polarización social, las recoge, una vez más, Machuca.

Los camioneros también detuvieron su sector económico. En Chile había 47.200 camiones repartidos en casi otros tantos propietarios, que eran dueños y trabajadores de sus propios vehículos. En el país comenzaron a escasear los recambios –sustanciales para la economía de los camioneros- y éstos reclamaron al gobierno. El gobierno quiso formar una Empresa Estatal de Camiones, pero los trabajadores se negaron. Mejor unificaron los 135 sindicatos que había en el país bajo una dirección única. Un gremio capaz de encararse con el gobierno. Luego se agremiaron los profesionales, los comerciantes, las mujeres, los estudiantes, los empresarios, los bancarios, los médicos… Su exigencia era unánime: o Allende normalizaba la economía (mediante políticas neoliberales), o que renunciara. El arma gremial: el paro nacional (Varas y Vergara, 1973: 224).

¿Tú crees que los yanquis no han andado metidos en todo esto? ¿Tú crees que la CIA no ha mantenido todas las huelgas que han provocado el desabastecimiento, el hambre, las colas? ¿Sabes cuánto se le ha pagado a cada camionero que se ha unido a la huelga? Siete mil escudos. ¿Cuánto es eso en dólares? ¡Tres dólares! ¿Te imaginas que la ITT, la Anaconda, la Kennecott, la Ford, no han estado dispuestas a gastar tres dólares por cada chileno que se uniera a las huelgas?

Banquero chileno, allendista (Varas y Vergara, 1973: 146).

Según Naomi Klein (2010: 97), cuando Allende ganó las elecciones, “las empresas estadounidenses le declararon la guerra a su administración”. Actitud muy lógica, siendo que esas transnacionales temían, a causa del nuevo régimen, la posibilidad de perder unos recursos que se habían convertido en parte importante de sus beneficios. “Hacia 1968 el 20% del total de inversiones extranjeras de Estados Unidos se dirigían a Latinoamérica y las empresas estadounidenses tenían 5.436 filiales en la región. […] Las empresas mineras habían invertido mil millones de dólares durante los cincuenta años previos en la industria minera chilena –la mayor del mundo-, pero a cambio habían enviado a casa 7.200 millones de dólares de beneficios.”

-Yo nunca he visto a los yanquis […] desfilando por nuestras calles vociferando en contra de nuestras instituciones. […]

-Todo eso es juego de niños comparado con el poder de cuello y corbata de los yanquis. Ellos no salen a las calles porque no les importa cómo nos gobernemos con tal de que no les quitemos el poder. […] Ellos no necesitan enviar “consejeros” a nuestros presidentes porque son nuestros presidentes los que se anticipan y trotan a Washington para ser “aconsejados”.

(Varas y Vergara, 1973: 147-148).

 

El resultado de esa inconformidad fue el objetivo de obligar a Allende a desistir de su campaña de nacionalizaciones. Un primer intento consistió en enfrentarlo a un colapso económico. Gabriel Smirnow sostiene que el ministro demócrata-cristiano Andrés Zaldívar y la CIA orquestaron una deliberada fuga de capitales a fin de trepidar a la pequeña y mediana burguesía y derrumbar la economía del país. Fracasado este intento, todavía en el periodo de transición de setenta días –contados a partir del 4 de septiembre-, fue asesinado el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, general René Schneider, por negarse a colaborar en un golpe de Estado. Esta tentativa también fracasó.

Hubo, sin embargo, un tercer intento fallido. El “Tancazo” del 29 de junio de 1973 fue rápidamente sofocado por una mayoritaria fracción leal del ejército. Salvadori Massimo considera que uno de los errores serios del programa de Allende fue “no disolver el ejército oligárquico” (además de no expropiar las grandes empresas particulares, no apoyarse en la clase trabajadora para generar el desarrollo económico, mantener intactas las instancias del gobierno burgués, no modificar la Constitución y mantener el poder judicial en los mismos jueces que fueron establecidos para reprimir a los trabajadores) (Massimo, 2005: 152). Pero, en vista de la lealtad de René Schneider y del episodio del “Tancazo” frustrado por las Fuerzas Armadas, quedaba justificada la confianza de Allende en que el ejército era una institución formada por profesionales que respetaban la Constitución y que, por tanto, no pensarían en gestar ningún golpe de Estado.

De hecho, esa actitud de fe hacia el ejército por parte de Allende era coherente con los fundamentos del proyecto de la vía chilena al socialismo. Carlos Mistral realiza un desglose del mismo para comprender la profunda legalidad de que gozaba el ejército. El programa se erigió sobre la base de: a) el rechazo a la dictadura del proletariado como forma estatal de la transición al socialismo; b) la proclamación de respeto a la legalidad burguesa e incluso la tesis programática de su utilidad como “herramienta” para la transición; c) el respeto e incluso el fortalecimiento objetivo del Estado burgués, especialmente en su zona clave: el aparato represivo (más de una vez se sostuvo, durante el trienio allendista, que las fuerzas armadas eran un garante del tránsito pacífico hacia el socialismo); d) el estilo burocrático de dirección y organización. (Mistral, 1974: 106).

Aprovechando ese espacio de legalidad –y legitimidad desde el Presidente-, antes y durante el 11 de septiembre se coordinaron las actividades de las Fuerzas de Aire, Mar y Tierra, que, según el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de entonces, Vicealmirante Patricio Carvajal, “contaban cada una con un plan propio. Cada Jefe de plaza tenía también su plan para su provincia. De modo que no hubo un solo plan y nuestra misión consistió en coordinarlos” (Varas y Vergara, 1973: 167). A propósito, sirve como referente la cinta La casa de los espíritus, significativa adaptación de una novela de Isabel Allende que, en el contexto del golpe de Estado chileno, relata la historia de amor entre una joven rica y un muchacho revolucionario.*


[1] El mayor mérito de la cinta Machuca es el abordaje del caso chileno desde el punto de vista de un sector pocas veces considerado: la niñez. Andrés Wood argumenta que el conflicto de Chile tuvo una grave repercusión en la vida cotidiana de los niños, de modo que, en un principio, su posición como director es de imparcialidad ideológica (mientras unos y otros se enfrentaban, los chicos eran arrastrados); así, expone los vicios tanto de los sectores populares como de los ricos –aunque realiza ciertas concesiones a aquéllos-.

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